¡Primavera de campos, olivos y encinas!
Humilde como el sueño de un bendito,
De un pobre caminante que duerme de cansancio,
¡De cansancio en un valle infinito!
¡Campos amarillos!
Como tosca y morena campesina,
¡Pradera con caminos polvorientos, polvorientos!
Dónde pace el ganado sediento
Diminutos pegujales en la tierra dura y fría,
Dónde crecen centenos y trigales que el pan nos dará un día.
Encinasola llena de rocas y pedregales desnudos y pelados,
Tierra de cuervos, águilas, caudales mezclados con los jarales,
hierbas, zarzas y matorrales.
¡Oh tierra ingrata y dura, tierra mía de lágrimas y melancolía!
¡Que pueblo este mío con sus sombras y soledades!
Marocha y varonil, arbusta tierra, marocha del destino
contra la suerte, marocha del dolor y la guerra,
tierra inmortal, marocha hasta la muerte.
Aquella tarde cuando el campo huía del sol,
y el horizonte como un globo morado dando paso
a la luna tan amada por los poetas, en el cielo violeta
aparecían algunas estrellas fulgurantes.
El aire ensombrecido soplaba con furor en los rostros de las
damas que por la calles paseaban, confundiendo el mormullo
de la gente cuando hablaban.
Entre cerros y carboneras se oía el correr de las aguas que
surcaban la tierra de los campos de Encinasola como arados,
hasta encontrarse con los arroyos que no muy lejos pasaban.
¡Oh Múrtiga! tus aguas corren y correrán mientras la brisa fría de
Enero y el sol de Mayo las deje correr por los barrancos, que
Brotan de las tierras como un gran manantial, y tú Murtiga,
Entre rocas, arboledas, y recovecos, hasta el mismísimo Ardila,
Las conducirás.
¡Ardila! tú las cogerás dentro de nuestra vecina Portugal, porque son limpias,
Limpias como el cristal, y con mucha alegría, al Guadiana las llevaras.
¡Guadiana! Portugal te dejara pasar, para salirte por Ayamonte,
Donde las entregaras a la Mar